Érase una vez un hombre que tenía el alma blanca, tan blanca que cuando nevaba no podía salir a la calle porque se fundía con los copos de nieve y desaparecía. Con él vivía una mujer que tenía el alma llena de agua, así es que cuando llovía, tampoco podía salir a la calle porque, si lo hacía, desaparecía en forma de charco y se perdía entre los charcos que se formaban en las aceras. Andaban él y ella pendientes siempre del tiempo, porque solo cuando hacía sol eran capaces de salir juntos, sin miedo, a dar un paseo por esas calles que tanto les gustaban.
Pero, en aquella época, en aquel lugar en el que casi siempre hacía sol, algo había cambiado y ahora, muchas veces, las nubes eran las protagonistas de sus vidas, amenazando agua o nieve. La tristeza se estaba apoderando de ellos; también se iban alejando uno de la otra y la otra del uno, porque tanta preocupación por la lluvia o la nieve les estaba convirtiendo en seres individuales para quienes lo único que contaba era la simple supervivencia.
Un día de esos en que las nubes no acababan de irse, un pequeño personaje llamó a la puerta. Era un niño, un niño pequeño. Se había perdido cuando, detrás de una pelota, había echado a correr calle abajo y ahora, desorientado, no sabía volver a su casa. Tan desesperado y compungido estaba el pequeño, que el hombre y la mujer le hicieron pasar a su casa. Cuando le preguntaron cómo había sido capaz de perderse solo por correr detrás de una simple pelota, les contestó: "siempre creí que mi pasión por jugar no debería ser interrumpida por ningún miedo inventado. Un día me dijeron que tenía el alma como una esponja y que si salía a la calle y corría detrás de mi pasión - la pelota - quizás el aire me hincharía tanto que saldría volando y desaparecería. No me lo creí, nunca me lo creí. Y, en cualquier caso, corrí el riesgo de hacerlo porque decidí que si no vivía de acuerdo a lo que más me gustaba, quizá no me importaba tanto desaparecer volando en el aire".
El hombre y la mujer se miraron, desde el frío de la nieve y la humedad de la lluvia. Entendieron que, muchas veces, la vida te pone en situaciones que parecen incompatibles pero que, cuando echas mano del recuerdo, de tu recuerdo, de la pasión, de la comprensión, de la valentía y de la compenetración y el respeto a la diversidad, acabas descubriendo que en algún momento de tu devenir, algo se confundió o se separó, o simplemente, casi siempre, faltó una conversación…
Acaba de empezar a caer agua-nieve. El pequeño salió corriendo calle arriba porque, de repente, recordó el camino a casa. El hombre y la mujer salieron detrás, al principio preocupados por la huida del niño. De repente se vieron en medio de la calle y notaron el agua-nieve cayendo sobre sus cuerpos. No pasó nada. Él no despareció y ella no se volvió charco. Quizá habían pasado demasiados años sin mirarse el uno al otro y la otra al uno... Quizá, solo quizá, pero lo más importante es que se miraron y empezaron a comprender muchas cosas..."
Comments