Tengo delante de mí un bosque maravilloso, a través de cual, veo el mar, mi mar de siempre; también veo mi ciudad, esa maravillosa Coruña que nunca dejó, ni deja de estar en mi cabeza... La veo desde el lugar en el que crecí, ese lugar de la infancia que es imposible olvidar, ese lugar en el que crecí corriendo aventuras increíbles, jugando siempre al aire libre, subida a los árboles, abriendo caminos a través de las zarzas, soñando aventuras que muchas veces viví y otras, supongo, imaginé...
Hoy, sentada aquí, más de 40 años después, tengo la suerte de sentir lo mismo, a pesar de cuánto ha cambiado todo. Tengo la suerte de revivir, casi como si fuera antaño, esas sensaciones maravillosas de libertad, de aventura, de probar cosas nuevas, aunque, algunas veces no saliera tan bien como me esperaba, pero yo siempre adelante....
También viene a mi recuerdo, por suerte, toda mi familia, sobre todo mis padres y mis abuelos que, con tanto empeño, intentaban educarme. Era rebelde yo, lo reconozco, pero también sé que siempre tuve claro que el respeto era lo más importante y por eso, aunque a veces en desacuerdo, obedecía a mis mayores.
Nunca me fallaron. Seguramente yo les fallé mucho más a ellos, pero nunca me lo echaron en cara porque, hoy entiendo, que preferían que reflexionara y sacara mis propias conclusiones y, de ese modo, estar todo el rato aprendiendo de lo que me ocurría, de mis aciertos y de mis errores, incluso de lo que mis actuaciones podían provocar en otras personas. Pero preferían que fuera yo misma quien lo concluyera, no ser ellos los que me dieran el "resultado de las ecuaciones a resolver".
Supongo que desde entonces me viene mi afán aventurero, mi poco miedo a las cosas o situaciones nuevas, mi, creo, bastante flexibilidad y capacidad de adaptación cada día y, sobre todo, ese ávido y continuo deseo de estar aprendiendo siempre, con ganas de ir mejorando un poquito cada vez, pero, eso sí, siempre, siempre, intentando disfrutar del camino...
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